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Corriente Marranadas

Orwelliana

“Cuando leemos algún texto impregnado de fuerza personal, nos parece atisbar un rostro tras las letras que no es necesariamente la verdadera faz del escritor. Así me sucede con Swift, con Defoe, con Fielding, Stendhal, Thackeray y Flaubert, aunque en algunos casos no sé cómo eran sus caras y tampoco me hace falta. Lo que el lector ve es el rostro que el escritor debería tener. Bueno, en el caso de Dickens veo un rostro que no es precisamente el de las fotografías de Dickens, aunque se le parece. Es la faz de un hombre cuarentón, rubicundo y con una pequeña barba. Ríe, y su risa tiene un toque de furia, pero sin malicia ni revanchismo. Es el rostro de un hombre que siempre está luchando, pero abiertamente y sin temor: un hombre de generosa furia, es decir, un liberal decimonónico, una inteligencia libre, alguien detestado al unísono por todas las pequeñas ortodoxias apestosas que hoy en día pelean por nuestras almas”. George Orwell, sobre Charles Dickens (1939) –Traducción libre.

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Corriente Explicaciones Marranadas

Ágatha y las chancholibretas

Querida Mrs. Mallowan:

Hace unos días decidí releer pronto alguna de sus famosas novelas, con el pretexto de haber encontrado un libro sobre sus métodos de dispersión mental investigación y descubrir que guardan cierta semejanza con los de quien esto escribe, aun cuando mi caligrafía es mucho menos elegante.

Seguramente nuestra querida Miss Marple sería la única con suficiente paciencia para desenredar tales madejas de ideas; después de todo, el encanto de las libretas es precisamente su disposición a recibir casi cualquier cosa, desde la puntuación de un juego de cartas hasta la receta de una pócima.

Junto al recorte de una revista, es posible encontrar algún recado personal, la letra de alguna canción, un poema u otra nota que seguramente Poirot tacharía de insensatez (la imaginación, Monsieur, también emplea pequeñas células grises). Los dibujos de sus apuntes harán las delicias de cualquier futuro antropólogo… mientras los míos, siento decirlo, le provocarían hilaridad a Jacob Marley.

Es verdad: a veces el entusiasmo por escribir rebasa toda intención de orden. Mis varias libretas también tienen forma y tamaño diverso, aunque no llegan a ser tantas como las 73 que el investigador encontró en casa de su nieto. Confío que, en el futuro, un hipotético descubridor de mis apuntes los trate con delicadeza, en vez de considerarlos (como Poirot) evidencia incontestable de locura.

Hoy, cuando la mayoría prefiere apuntar con electrones antes que sobre  papel, no puedo dejar de pensar si a usted, admirada señora, le sucedería lo mismo que a mí, a quien las “facilidades electrónicas” le parecen generalmente más amenazadoras que entrañables.

Por ese motivo me atrevo a escribirle, haciendo votos para que su fama perdure. Así, cuando alguien me pregunte, sabré decirle por qué no renuncio –siguiendo un ilustre ejemplo– a mis confiables y queridas chancholibretas.

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Corriente

Poesía digerible

« … [dijo Gregory:] Sí, el poeta tiene que andar descontento aun por las calles del cielo. El poeta es el sublevado sempiterno.
–¡Otra! –dijo irritado Syme– ¿Y qué hay de poético en la sublevación? Ya podía usted decir que es muy poético estar mareado. La enfermedad es una sublevación. Enfermar o sublevarse puede ser la única salida en situaciones desesperadas; pero que me cuelguen si es cosa poética. En principio, la sublevación verdaderamente subleva, y no es más que un vómito.
Ante esta palabra, la muchacha torció los labios, pero Syme estaba muy enardecido como para hacerle caso.
–Lo poético –dijo– es que las cosas salgan bien. Nuestra digestión, por ejemplo, que camina con una normalidad muda y sagrada: he ahí el fundamento de toda poesía. No hay duda: lo más poético, más poético que las flores y más que las estrellas, es no enfermar.
–La verdad –dijo Gregory con altivez– el ejemplo que usted escoge…
–Perdone usted –replicó Syme con acritud–. Se me olvida que habíamos abolido los convencionalismos.» G.K. Chesterton, El hombre que fue Jueves.

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Corriente

Aprendizaje musical: una (buena) versión

Muy pocas veces, rehacer un clásico provoca aplausos, más si se trata de una canción emblemática. Una imposible de tocar en vivo sin playback, que a pesar de eso terminaba siempre en ovación de pie.

SesoLibre lo publicó recientemente –y así lo descubrimos por acá–. He aquí otra vez a los Muppets (sí, otra vez). Disfrútenlo; seguramente el grupo original estaría de acuerdo.

 

 

AVISO PARROQUIAL: Las aventuras del pingüino palestino continúan muy pronto. Digamos que este es el intermedio (con todo y pingüinos).

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Happy-Happy Inspiración pura Joy-Joy

San Francisco

Gabilondo Soler, por supuesto, en cátedra de humor, inteligencia y más, con una canción y hasta un homenaje isleño. Dura diez  minutos, así que tarda algo en bajar, pero una vez que empieza vale la pena.

¡Quién hablara como él habla de lo que habla
…cuando hay tantos (y tantas) que no saben hablar!
Yo, que quiero aprender a hablar como él nos habla,
sé que, cuando habla un maestro, lo mejor es callar.

Cri-Cri, el grillito cantor

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Corriente

Aprendizaje musical

Qué tres tenores ni qué las hilachas. Señoras y Señores, esto es ópera para todo público, así como muchos conocimos bastante música: a través de los personajes de Jim Henson. Muchas felicidades, Plaza Sésamo.

Por supuesto, decir Plaza Sésamo (y los Muppets) es decir Maná Maná, que también la tenemos, con todo y su insólita historia.

Y para los fánses del inolvidable Comegalletas, una doble que vale la pena.

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Corriente Joy-Joy

Así de irremediable

Paul_Gustave_Dore_Raven14_Wikimedia_CommonsEn un libro, todo permanece sellado hasta el momento de abrirlo. Allí opera –incluso antes, porque lomo y tapas también cuentan– un conjuro telepático, una sonda (¿o es una sanguijuela?) espiritual.

Entonces comienza lo que algunos psicólogos han llamado “comunicación de las existencias” entre escritor y lector. Cualquiera que haya escrito siquiera una breve carta, por banal que sea, conoce esa sensación en sus dos extremos: la del barco a la deriva que encuentra un faro, la botella rescatada del océano antes que el náufrago. Acá en mi pueblo dicen también “el veinte cae”.

Las letras atrapan; en cuanto se ha aprendido a leer, toda palabra pertenece instantáneamente a quien acude a su presencia.

Una vez abierto ese canal, es inevitable el estremecimiento, el escozor, el gozo, el pasmo o la carcajada ante una hoja impresa, o ante un par de palabras, o una sola, o mil de ellas.

La lectura es rito de iniciación en una hermandad cósmica, intemporal, contagiosa. A partir de ella, el mundo personal enriquece irremediable, casi imperceptiblemente, con glotonería virtuosa a cada sílaba.

Antes del lector, la palabra es silencio. Después, el mundo no calla.

Nunca más.

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Corriente Inspiración pura

Vivir puede ser así

Ni siquiera un renglón ayer he escrito,
que es para mí fortuna nunca vista;
hice por la mañana la conquista
de una graciosa ninfa a quien visito.

Entre amigos comí con apetito;
fui luego en un concierto violinista,
y me aplaudieron como buen versista
en cierto conciliábulo erudito.

Divertíme en un baile, volví en coche,
y el día se pasó como un instante.
¡Qué diversión tan varia, tan completa!

¡Qué vida tan feliz! Pero esa noche
me quitó el sueño… ¿Quién? Un consonante.
¡Oh, desgraciada vida de poeta!

Tomás de Iriarte (1750-1791), poeta y fabulista español. Texto de Wikisource.

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