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Comer mole (o cochinita) y leer a los rusos

Debo admitirlo: los escritores rusos siempre han sido para mí como un buen guiso que oculta su verdadera apariencia y solamente se revela a los sentidos de uno en uno, casi a traición. Como el mole oaxaqueño o la cochinita pibil que se consumen en el mercado o en casa de la abuela.

Digo, pues, que para leer a los rusos, como para comer estos platillos misteriosos, se necesita un buen tiempo sin estorbos y adecuado ruido de fondo (o silencio de fondo) para envolverse en la atmósfera y “dejarse llevar” por los sentidos, uno a uno. Por cada personaje.

De pronto, un detalle me hace dudar de mi percepción o de la traducción (alguno de los sentidos detecta algo sorpresivo, o quizás fuera de lugar, que invita a volver atrás, a releer, a reflexionar).

Es hora de tomar un respiro. Entonces aparecen en tropel (como las canicas de Cri-Cri) los recuerdos de otras lecturas, en este caso apocalípticas o persecutorias, con un toque de guerra fría o revolución cultural (“los novísimos”, dirían los teólogos: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria, así, con mayúsculas).

Me duelen las pausas, porque sé que esta comunión de letras es fugaz y delicada, una sensación intensa y frágil que hay que fabricar con paciencia. Así recuerdo que el libro interruptus es una falta de respeto.

En ese momento sé que la historia promete; sólo me queda perseverar para saber si cumple.

Y si es realmente buena, me enteraré hasta después de haberla terminado, cuando “me caiga el veinte”. Allá serán el gozo y la sonrisa, que se desabotona en carcajadas.

By Ivanius

Intérprete de sueños, devoto de las palabras, adicto a la imaginación. Lector irredento y escribidor repentino. Ciudadano y no me canso.

4 replies on “Comer mole (o cochinita) y leer a los rusos”

Lo bueno de todo este jaloneo está gozoso. Es decir, el Mijaíl se deja releer a placer, con todo gusto. Y eso de interrumpir el libro cuantas veces sea necesario se convierte en parte de la dinámica necesaria para irlo asimilando punto por punto. A mí me pasó eso, al menos. No sé usted que opine hasta este momento, pero la cosa es dejarse sorprender, porque definitivamente el libro es asombroso.

Claro que leyendo a ese ritmo nunca se completará el reto de los cincuenta libros. Auch.

Hoy me fui a talonear a las librerías, y me encontré un muy apetitoso libro de cuentos del mismito Bulgákov. Se manchan: cuesta cuatrocientos pesos el tomito de menos de cien páginas. Estoy entripada y tenía que quejarme en algún lugar, usted disculpe. Chale.

Algo pasa con los libros cuando para obtener una edición decente hay que soltar más de 300 pesos. Sobre todo, esos precios están acabando con la curiosidad de conocer nuevos autores. Pero no acabarán con los lectores.

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